Les cuento a mis hermanos:
Cierto día entré a un bosque mágico. Moraba en él una hermosa ninfa llamada Naturaleza. De inmediato me enamoré de ella, aún sabiendo que ese sentimiento no era correspondido. Inalcanzable como era, me ayudó a sentir el colorido de las aves, de los frutos, de las mariposas. Me embriagó con el perfume de las flores, me deleitó con el sublime gorjeo de los pájaros, me permitió desligarme un tanto de ataduras convencionales. Y soñé que volaba.
Tito, observando aves
Pero enfrenté un tremendo dilema. Necesité permanecer en ese universo recién descubierto y, al tiempo, deseé regresar a mis afectos, al humano mundo al que pertenezco. Me tironeaba ambos amores. Hasta que descubrí la escritura. Así es aunque no lo crean. La literatura resolvió el dilema. Llené libretas, armé carpetas rebosantes de observaciones, escribí cuentos, relatos, poemas, compuse artículos para importantes diarios y revistas, hice películas, recorrí museos, discutí con amigos y compuse guías para orientar a quienes quisieran compartir el extraordinario hallazgo. Redacté materias para un imaginario curso de observación, creé una escuela de naturalistas. Escribí en horario de trabajo, le quité horas al sueño, al descanso, al deporte. Escribí siempre.
Para qué tanto, se preguntarán ustedes cómo me lo pregunté yo hasta hace muy poco. Pues había una respuesta sencilla que recién hallo. Escribo para permanecer en ese bosque encantado, para no abandonar jamás mi amor por la Naturaleza sin ser infiel a mis otros amores. Escribo para prolongar en párrafos ese instante supremo del hallazgo, de la comunión íntima con la vida, del momento en que la felicidad vibra en todas las células de mi cuerpo.
Corría el año 1967 cuando comencé a llenar febrilmente las páginas de una revistilla de flora y fauna. Hasta hoy ha transcurrido medio siglo. He envejecido. También aquella ninfa que hoy visito solo esporádicamente. Pero se han multiplicado por miles mis hermanos. Ayer no más, con un equipo de funcionarios de la remozada Asociación Ornitológica del Plata, entidad con la que hicimos un fuerte lazo de unión, asistimos a una reunión nacional de socios en Esquel, organizada por el Club de Observadores local, como los que existen en docenas de localidades argentinas: ¿No es acaso un sueño cumplido? ¿No ha actuado también la palabra como vehículo unificador? ¿Acaso el afecto recibido a raudales, el singular reconocimiento, no están más relacionados con lo escrito que con los débiles secretos que la Naturaleza quiso contarme?
Queridos hermanos: si pueden repitan la experiencia.
Este Blog es un ámbito para hacerlo. Descubran, hallen, gocen.… y cuenten.
El amor tiene lenguajes diversos. Cada uno a su modo puede expresarlo.
Este es un nuevo camino abierto.
Laguna Terraplen, ingresando al Parque Nacional Los Alerces
El hermoso grupo de socios y guardaparques que presenciaron la charla de Tito
Fotos: Héctor Gonda